Prólogo
El 6 de junio de 1911 un tren especial entraba lentamente en la estación principal de Ciudad de México. Francisco León De La Barra, el presidente provisional del país, su entero gabinete, el cuerpo diplomático e innumerables dignatarios esperaban en la plataforma para rendir homenaje al hombre que había depuesto al símbolo de una generación de represión y corrupción, el dictador Porfirio Díaz. Mientras la multitud congregada aclamaba, Francisco I. Madero, el Apóstol de la Democracia, y su comitiva de cien seguidores revolucionarios, amigos, políticos, dignatarios, miembros de su familia y comandantes militares descendían de los carros Pullman y serpenteaban su camino a través de la multitud saludando, estrechando manos y contestando palabras de bienvenida. “Las campanas de la catedral y de otras iglesias tañían festejando el jubiloso mensaje. Las sirenas de las fábricas aullaban y los silbatos de locomotoras en varias estaciones se sumaban chillonamente al estruendo. Parecía que los sentimientos contenidos de un pueblo entero habían sido liberados en una gigantesca explosión de emociones.” Junto al líder revolucionario, un hombre de mirada grave, impávida ante el desborde eufórico de la muchedumbre, se abría el camino a través de la masa en busca de su jefe. Félix A. Sommerfeld se preocupaba por la seguridad de Madero. Con una altura de 1,73 metros y 64 kilos de peso, Madero con su menuda contextura estaba expuesto a ser tragado por la muchedumbre que le apretujaba. A medida que el tropel de gente con el caudillo revolucionario en su medio fluía hacia las calles de la ciudad, Sommerfeld calmadamente escudriñaba la multitud en busca de un asomo de peligro. “Una cantidad estimada en cien mil personas vitoreaba delirantemente,” cada cual tratando de lograr lo mejor posible – ya sea al menos un rápido vistazo a su héroe o quizás incluso una posibilidad de tocarlo. Félix Sommerfeld, un veterano de la Guerra de los Bóxers, de treinta y dos años y nacido en Alemania, se esforzaba en su condición de jefe del destacamento encargado de la seguridad de Madero en mantener a su protegido fuera de peligro. Comprensiblemente, no obstante el grandioso recibimiento, Sommerfeld aspiraba a que Madero finalizara el desfile y pasara a la seguridad por los portones del palacio presidencial.
La revolución había comenzado en forma lenta y desapercibida. En uno u otro lugar un asomo de descontento emergía en el horizonte político ya desde 1906, solo para volver a desaparecer en la calma aparente de la férrea dominación de Porfirio Díaz. Sin embargo, en la medida que el dictador envejecía y sus administradores selectos, los científicos, rechazaban el plan para una transición de poder ordenada, mientras una generación de mexicanos de clase media permanecía sin voz política y una verdadera tempestad de desastres naturales y financieros arrojaba al país a una caída precipitosa, la violencia se desencadenó en el otoño de 1910. Para muchos observadores la repentina desaparición del control de Díaz sobre el país fue una sorpresa. Madero emergía como un moderado vocero de una amplia coalición de emprendedores, terratenientes, industriales, los militares, los trabajadores y las masas rurales. Su objetivo era establecer un sistema democrático que extendiera representación política a todos los mexicanos y creara un sistema legal equitativo desde el cual evolucionaría una reforma agraria y la justicia social. En aquellos exaltantes días de mayo de 1911 solo algunos pocos avispados observadores se preguntaban si este tipo de reforma lenta podría satisfacer la aspiración por mejorar la vida de quince millones de mexicanos. Tal como lo demostraría el tiempo, demasiados grupos de intereses distintos habían sido despertados por la revolución de Madero y requeriría otros nueve años y más de un millón de muertos para establecer un nuevo contrato social, del cual los últimos artículos no serían escritos hasta la década de 1940. La revolución que Madero con su marcha victoriosa al centro de la Ciudad de México consideraba como concluida, en realidad recién comenzaba.
Nadie en la muchedumbre o siquiera en el círculo íntimo de confidentes que rodeaban a Madero tenía ni un pálpito del rol que Sommerfeld jugaría en su revolución en la década que se avecinaba. La victoria de Madero sobre el dictador había sido ganada principalmente en el campo de batalla pero también en una suite del Astor Hotel en Nueva York y varios otros lugares de negociación en México y en los Estados Unidos. Deponer al anciano dictador sería solamente una batalla en una larga y extendida guerra. Félix Sommerfeld, no por improvisación sino que por cuidadoso planeamiento, jugaría un papel fundamental en casi todas las batallas de esa guerra. Sin conocimiento de sus superiores, Sommerfeld había trabajado para la inteligencia naval alemana desde al menos 1908. Agentes alemanes habían maniobrado para colocarlo cerca del futuro presidente. Desde esa posición, Sommerfeld logró escalar para convertirse en el activo más importante del servicio de inteligencia alemana en el centro mismo del gobierno mexicano. Trabajando para el presidente Madero, y posiblemente con su tácita aprobación, el reservista alemán actuaba como enlace para el ministro de Alemania en México, contraalmirante Paul von Hintze, y proporcionaba a éste valiosa información de inteligencia sobre México, Europa y los Estados Unidos. Su buen desempeño desde esta posición facilitó definir la política exterior alemana respecto a Madero y su sucesor Huerta. Ningún otro extranjero ejerció mayor influencia y amasó más poder en la revolución mexicana. A partir de su cargo de jefe de seguridad, Sommerfeld asumió el desarrollo y dirección del servicio secreto mexicano. Bajo sus auspicios, la mayor organización de servicio secreto extranjero que alguna vez operara en territorio estadounidense se convirtió en un arma que aterrorizó y diezmó a los enemigos de Madero. Su organización demostró ser tan efectiva que posteriormente el gobierno estadounidense absorbió e integró partes importantes de la misma en el Bureau de Investigaciones.
Sommerfeld no pudo impedir la caída de Madero, el líder revolucionario que tanto idolatraba. El Jefe de Estado Mayor del Ejército de Madero, General Victoriano Huerta, usurpó la presidencia en febrero de 1913 con un sangriento golpe de estado y dispuso el asesinato de Madero. Habiendo escasamente eludido su arresto y un pelotón de fusilamiento, Sommerfeld reactivó la organización de su servicio secreto a lo largo de la frontera entre México y Estados Unidos para sumarse a la batalla contra el presidente usurpador.
La lucha resultante por remover a los sectores reaccionarios del sillón presidencial de México se desarrolló no solamente en los campos de batalla donde Venustiano Carranza, Emiliano Zapata, Álvaro Obregón y Pancho Villa lideraban a miles de mexicanos en la segunda revolución social del siglo. Éxito o derrota dependía de los suministros y financiamiento de estas fuerzas revolucionarias. Con la ayuda de sus relaciones en Alemania y en los Estados Unidos, Sommerfeld se convirtió en la pieza vital en la cadena de suministros revolucionarios. Su organización a lo largo de la frontera contrabandeaba armas y municiones para las tropas en cantidades que nunca antes hubieran sido consideradas posibles, mientras que sus contactos con las más altas autoridades de gobierno en Alemania y Estados Unidos cortaban créditos y suministros a Huerta. En su condición de agente alemán actuando a favor de los revolucionarios mexicanos, sus actividades coincidían con los intereses de los gobiernos de Estados Unidos y Alemania. Para sorpresa de la mayoría, pero no exento de lógica, el gobierno estadounidense cooperó con Sommerfeld y hacía la vista gorda ante las numerosas violaciones flagrantes de las leyes americanas. Sin que necesariamente sea merecedor de reconocimiento como el único causante de la derrota del hombre que había asesinado a Madero, la participación de Sommerfeld en la caída de Huerta fue crucial.
Este libro no está destinado a proporcionar un análisis completo de las causas y del curso de la revolución mexicana. Más bien, las siguientes páginas se limitan a relatar una historia fascinante y olvidada que es solamente un fragmento del total. Si fuera entendido como un tratado de amplia cobertura, el estrecho enfoque de este trabajo representaría una injusticia con el sacrificio y lucha de un pueblo entero contra el yugo de dictadura e injusticia social. Existen muchas grandes obras sobre la Revolución Mexicana, muchas de las cuales aparecen mencionadas como fuentes secundarias en este tratado. Sin embargo, hubo un elemento de intriga extranjera que impactó e influyó en las causas, el curso y el desenlace de la revolución mexicana. Inversiones extranjeras habían preparado en parte el suelo fértil para el descontento social y la privación de derechos políticos frente a lo cual las masas de México planteaban sus aspiraciones. Una vez que Madero hubo desencadenado la guerra civil, las organizaciones y corporaciones internacionales, con el apoyo de sus respectivos gobiernos, claramente se esforzaron por influenciar en los hechos, fortalecer sus posiciones y proteger a sus empleados dependientes y otros activos. A veces los gobiernos extranjeros intentaban atrasar los minuteros del reloj, otras de colocarlos a la hora que deseaban. Félix A. Sommerfeld, desde luego, no era el único agente secreto actuando en México. Sin embargo, bajo cualquier estándar, era el más influyente, el menos comprendido y el más eficiente, cuidadosamente entretejiendo los intereses de México, Alemania y Estados Unidos para sus propósitos. Esta sorprendente habilidad indujo a que estudiosos cuestionaran las verdaderas lealtades de Sommerfeld y acusarlo de ser un doble agente y, aún más, un triple agente. Nada podría ser más engañoso. Este agente alemán negociaba información y favores, no lealtades.
Sommerfeld creó y mantuvo un cuadro de personajes que se le unieron a la lucha a medida que la revolución avanzaba y que finalmente se convirtió en un campo de batalla de la Primera Guerra Mundial. Todos ellos parecían estar en desconocimiento de sus verdaderos amos alemanes. Tal como en los casos de todos los exitosos jefes de espías, Sommerfeld decidía quién jugaba cuál rol en su libreto y señalaba a sus compañeros solamente la parte del libreto que consideraba necesaria. Sherburne G. Hopkins, abogado, cabildero y corredor de bolsa, se convirtió en su principal contacto en Estados Unidos y en su jefe desde 1911 hasta 1914. Por intermedio de Hopkins, Sommerfeld logró acceso al círculo íntimo de la administración del presidente Wilson. El Jefe de Estado Mayor del Ejército de Wilson, General Hugh Lenox Scott, se convirtió en su amigo, el Secretario de Guerra Lindlay Garrison solía tomar el té con Sommerfeld cuando éste visitaba Washington, los senadores William Alden Smith y Albert Bacon Fall lo invitaban al Comité Selecto en Asuntos Mexicanos para atestiguar. Hopkins también le abrió a Sommerfeld las puertas de los círculos financieros de Nueva York. Como abogado y cabildero para el industrial Charles Ranlett Flint y el magnate petrolero Henry Clay Pierce, Hopkins le facilitó a Sommerfeld las llaves para relacionarse con empresarios americanos que aspiraban acercarse a las administraciones de Madero, Carranza y Villa. Ocasionalmente, Sommerfeld incluso actuaba en nombre del presidente Wilson, y el pintoresco grupo de diplomáticos aficionados de la Casa Blanca confiaba en él. Este papel le permitió manejar información crucial que fluía al gobierno de los Estados Unidos, manipulando así la política exterior americana en ventaja propia.
De todos sus compañeros de ruta, Federico Stallforth fue quien por más largo tiempo permaneció cercano a Sommerfeld. Nacido en México de padres alemanes, la vida de Stallforth antes y lo largo de la revolución ilustra en varias maneras la experiencia de hombres de negocios extranjeros y expatriados en México. Como dueño de minas y banquero en su ciudad natal de Hidalgo del Parral, Chihuahua, tanto él como su familia y sus negocios sufrieron considerablemente. Por el mayor tiempo de la revolución Chihuahua se convirtió como el principal campo de batalla en un escenario de frentes continuamente cambiantes. A pesar de los contactos de Stallforth con el gobierno mexicano (a través de su amigo Sommerfeld) y el gobierno de los Estados Unidos, con Wall Street, como también con la comunidad alemana de comerciantes y diplomáticos, la fortuna e inversiones de Stallforth se esfumaron en el calor abrasador de las batallas revolucionarias mexicanas. En gran medida, sin que esto haya sido su culpa, el ambiente social y económico que precipitó la revolución mexicana lo retuvieron junto con su familia, rehén de la situación. Para la mayoría de los extranjeros esta situación terminaría acabaría con la fortuna familiar. Sin embargo, la carrera de Stallforth recién comenzaba donde otras acababan. En quiebra y desilusionado, Stallforth se unió a Sommerfeld en Nueva York antes de la Gran Guerra y se convirtió en uno de los más importantes agentes alemanes en los Estados Unidos. Como en el caso de Sommerfeld, el papel de Stallforth en la historiografía es en sumo grado indefinido y nebuloso.
El nombre de Sommerfeld aparece en casi todas las obras sobre la revolución mexicana. Los historiadores Harris y Sadler comentaron: “… Sommerfeld solía moverse a través de la revolución mexicana como un fantasma.” Mientras que Harris y Sadler son los únicos investigadores que mencionan a Sommerfeld como jefe de espías, otros historiadores como Friedrich Katz y Michael Meyer le atribuyen un enigmático aunque indefinido papel. Otros investigadores como Jim Tuck lo describen como estafador, aventurero, personaje turbio y agente doble. A fin de esbozar un retrato tridimensional del hombre y de su tiempo, este libro correlaciona las declaraciones de Sommerfeld y Stallforth ante el Departamento de Justicia de los Estados Unidos con colecciones públicas y privadas. Los archivos desclasificados y disponibles a historiadores desde hace años son aquellos del Departamento de Justicia y el BI sobre México y Alemania de 1908 a 1922, de la Comisión Mixta de Reclamaciones, de la División de Inteligencia Militar de la Marina y del Ejército de los Estados Unidos y de extensas colecciones mantenidas en la biblioteca de Archivos Nacionales bajo el título de Documentos Alemanes Capturados. También se encuentran disponibles los escritos personales de Lázaro De La Garza, agente financiero de Pancho Villa, de Silvestre Terrazas, principal estratega de Villa y gobernador de Chihuahua, del General Hugh Lenox Scott, del Presidente Woodrow Wilson, de miembros de su gabinete y del mercenario Emil Holmdahl. No se encontraron hasta ahora escritos personales de Federico Stallforth. Este libro es el resultado de la minuciosa correlación entre fuentes de archivos mexicanos, estadounidenses y alemanes. No se encuentran disponibles los archivos del Servicio Secreto y de Inteligencia Militar alemanes que fueron destruidos por incendio durante ataques aéreos en 1945. Tampoco han sido descubiertos hasta ahora los escritos personales de Félix Sommerfeld.
A pesar del papel central que Sommerfeld desempeñó en el curso de la revolución mexicana y a pesar de las muchas referencias a sus actividades en los registros históricos, el agente alemán exitosamente cubrió sus pasos. Ni sus contemporáneos ni investigadores a lo largo de los últimos cien años han sido capaces de reunir las piezas de una carrera clandestina que hace palidecer las hazañas de James Bond, y las regandolas a un simple juego de niños. Un jefe de espías en la revolución mexicana y un maestro de espías en la Primera Guerra Mundial, tanto para sus contemporáneos como para los investigadores, Sommerfeld ha permanecido oculto hasta ahora.
¡El libro estará disponible en México este verano! Gracias por su paciencia.